Es falso afirmar que todo humano sueña con la fama. Lo verdadero es asegurar que sueña alcanzar la fama lo más rápido posible; de la misma forma como bebe malteadas milagrosas que le prometen que, sin sudar una gota, sus jeans dejarán de apretarle.

En su niñez, canta frente al espejo con un desodorante en la mano que hace las veces de micrófono, alza un florero imaginándose como el capitán más joven que levanta la Copa Mundial de Fútbol, o se lanza de un escaparate con una toalla amarrada al cuello para reemplazar a Superman en la lucha por la justicia. Y en todos los casos, es aclamado a rabiar por un público delirante compuesto por familiares, amigos y la humanidad en su conjunto.

Pero antes que los aplausos, su mayor sueño es gozar de los privilegios reservados para una celebridad: primeras planas de periódicos, autógrafos, fotos con retoques para salir sin las imperfecciones de los mortales, las mejores marcas de ropa peleándose por vestirlo y el olvidarse de volver a hacer una fila en bancos y discotecas.

Incluso, el clímax de su ilusión es decir con una expresión cargada de humildad y maquillaje, al periodista más conocido del prime time, que la fama es en realidad fastidiosa y que añora volver a tener un día de su antiguo anonimato, cuando era parte de la plebe y los tabloides sensacionalistas no disparaban flashes a su entrepierna sin ropa interior.


Anteriormente, la paradoja de recibir infinidad de invitaciones a los mejores restaurantes cuando ya no se está pasando hambre, estaba reservado para unos pocos que poseían un don que los destacaba en sus círculos; tal es el caso de la supermodelo en la playa, la diva en la pantalla grande o la Hembra barbuda en el circo. Pero de repente, la irrupción de nuevas ventanas exhibicionistas como YouTube o los reality shows que crean famosos en unas cuantas sesiones, desbarajustaron los círculos dado que cualquiera puede subir en pocas zancadas a la cima de la pirámide.

El único lío es que mientras un nuevo famoso sube, un viejo famoso le toca bajar. En otras palabras, mientras sube la modelo que se hizo popular por un video íntimo que se filtró en la red, la supermodelo abandona la playa; mientras sube la actriz cuya formación dramática se cuajó en un curso por correspondencia -y a su vez es la nueva pareja del director-, la diva se retira de la pantalla grande a vender cremas antienvejecimiento; mientras sube una estrella de YouTube, la Hembra barbuda pierde la gracia como aberración de la cual asombrarse.

De esa forma las cámaras y micrófonos cambian de objetivo, persiguiendo a esta nueva generación que se afana por bailar en todas las fiestas. Una nueva generación que se les ve clamando por la paz de las dos Chinas, en los conflictos entre Corea del Norte y Corea del Sur. Una nueva generación que también se les mira twitteando lamentos porque las revueltas que acabaron la dictadura egipcia, disminuyeron el turismo en las pirámides. Una nueva generación que hasta publica best sellers, como el de Mónica Lewinsky con su versión de la historia, cuando se le arrodilló al Little Clinton.

Y cuando la manecilla grande del reloj marca el fin de los 15 minutos, acaba el trayecto de la estrella fugaz. Tan rápido como su escándalo brilló, cae al olvido; así como ya nadie recuerda las amantes de Tiger Woods, porque las famosas de hoy son las integrantes de los bacanales de Berlusconi. Es en ese momento, cuando el golpe con la atmósfera la devuelve a la realidad, que la estrella fugaz dice que se tomará un tiempo fuera de la vida pública para (por fin) estudiar, aunque luego sólo se le vea atendiendo mesas de un restaurante en el extranjero...

Para moraleja de este cuento compiten varias posibilidades: La primera, deja bastante claro que para obtener fama sin esfuerzo no toca venderle el alma al diablo, sólo el cuerpo. La segunda, expone el imperativo que el futuro famoso debe diferenciarse de la chusma, para que la chusma quiera ser como él. La tercera, le recuerda a las luminarias que durante un semáforo en rojo, sólo los anónimos pueden meterse un dedo a la nariz para quitarse un moco. La cuarta, muestra que para ser conocido en la humanidad basta con lanzarse desde un séptimo piso, y si no te matas ya eres famoso. Y la última, pone a competir a las moralejas anteriores en un reality donde no ganará la mejor, sino la que más reciba votos por mensajes de texto al #666 enviando la frase '¿Usted sabe quién soy yo?'

Hasta una próxima verdad humanamente irracional, Amigos de lo Salvaje.


Lucano Divina
Comandante en Jefe de Amigos de lo Salvaje-EA
Selvas de Sur América, octubre 6 de 2011


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