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Cuando Lester abrió los ojos, la ventana del vagón le mostraba el cielo japonés más límpido y extraño que hubiese visto desde que se dio cuenta de que miraba al cielo con frecuencia. Hacía dos meses que no se había percatado de la nueva costumbre que tomaba cuando salía de las oficinas del que alguna vez, hace mucho tiempo, se había llamado el "SPK".
"Y ahora esta pesadilla se inicia otra vez" – Lester tenía en mente que la única forma de conseguir las pruebas definitivas eran ingresando al cuartel de operaciones de la policía japonesa. Por esa razón estaba en Japón de nuevo. Necesitaba información. Hasta el momento, todos los indicios de que el nuevo Kira tenía contacto con las esferas gubernamentales y la Policía eran evidentes.
"¿Por qué demonios Japón otra vez? ¿Qué es lo que atrae tanto de ese país tan... repugnante a esos Dioses de la Muerte? ". En un día, Lester había hecho el viaje desde Gran Bretaña hasta Yokohama, en un vuelo charter directo. Ponerse al tanto con la laptop de las noticias que habían sucedido para que su designación como Jefe de Inteligencia de la Guardia de Su Majestad el Rey Carlos se vea retractada por "órdenes superiores" le era completamente desagradable, mas aún después de haberse convencido por completo de que los incidentes acaecidos hace poco ya no tendrían mayor parangón.
Al leer que los encabezados de los diarios on-line mencionaban la "nueva actividad de Kira" sabía que se trataba de un nuevo cuaderno.
"¡En este momento, si tuviera una Death Note conmigo, haría el intercambio de los ojos y con gusto anotaría el nombre de este infeliz!"
Solo sabía que Near le estaría esperando en el paseo marítimo de Minato Mirai, y antes de que se preguntara como llegar, un taxi se paró frente a él mientras sus pesados parpados veían las baldosas de las gradas de la estación.
- ¿Señor Logan, verdad? – Lester le miro extrañado pero se percató al instante.
- S... si.
- Suba.
Tal vez fue la entonación de ese joven al volante, o que nunca había sentido el frío nocturno de Japón en la camiseta sudada, pero lo cierto es que en seguida él se dio cuenta de que no viviría para contar los hechos que sucederían a partir de entonces.
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El Fiscal Mikami había tenido un domingo muy activo. Las reuniones con el Juez Hamomo le dejaban un sabor muy dulce, el sabor de la sangre a la que se había acostumbrado a beber, imaginariamente, de aquellos sobre los que recaían sus investigaciones. Aquellos que... para él ya estaban condenados.
Teru sabía guardar muy bien las apariencias, el tiempo había hecho que su profesionalidad en el arte del autoengaño aumente. Tres años habían sido suficientes para que su carrera repunte y ahora se halle investido del cargo de Fiscal General del país de los cuatro archipiélagos. Ahora poco le importaba si en realidad impartía justicia, a pesar de no ser él el llamado a juzgar, sino más bien, siendo parte del engranaje que los designios que el recuerdo de Light Yagami le había impuesto como modo de vida. Desde que Dios abandonó la tierra, para él, y para la culpa que manejaba continuamente como excusa para seguir viviendo, solo había una razón para seguir adelante.
Esa mañana, ante el Tribunal Superior de Hiroshima, Mikami había propugnado la pena de muerte para Iraizos Kuroyanagi, un ecuatoriano de ascendencia japonesa acusado de la violación y posterior asesinato de Kai Kinoshita, una niña de seis años. El caso había demorado la aplicación de una sentencia demasiado tiempo, siendo archivado y esperando prescripción. Pero cuando Mikami reviso los expedientes del Archivo central de la Prefectura de Nagano en 2005, hizo prevalecer dos decretos imperiales, con los que consiguió que esa tarde, Kuroyanagi sea enviado a la cámara de gas convirtiéndose en el primer latino sentenciado a la pena capital en Japón. La ejecución sería esta mañana de lunes, a medio día.
- En el anterior juicio, el adujo haber escuchado "voces del diablo" cuando supuestamente cometió el crimen. – comentó Hamomo mientras esperaban que el preso llegue a la cámara. Un monitor LCD se encendió enseguida en el amplio y confortable despacho del Juez.
- Era evidente que saldría con una excusa tan rebuscada. Todos lo hacen. Hasta ahora siempre les había funcionado alegar demencia o alguna causal menor de inimputabilidad. – agregó Mikami colocándose el pelo detrás de la oreja derecha para poder oír mejor la transmisión de la "eliminación".
- Pero embalar el cadáver en la caja de cartón de su propia cocina de gas para luego abandonarlo en el río fue demasiado inteligente para una persona que... no pudiendo ingresar a una universidad de paga... usted entiende...
- Mira.... ahí va, me sorprende que se vea tan decidido. – siguió diciendo Hamomo – Posiblemente ni tenga idea de lo que es una cámara de ga...
En ese momento él, agarrándose el pecho con la mano izquierda y hundiéndose las uñas de la mano derecha en el torso en un intento desesperado e inútil por evitar que el dolor se apodere de sí mismo lanza un alarido ininteligible, como el lamento de un perro, y resbala de su silla gritando con todas sus fuerzas por un milisegundo. El infarto que sufrió le desfigura el rostro por completo. Teru mira la escena de reojo, y un gesto muy extraño en su cara casi se forma, la mueca de alegría al ver la muerte de un ser tan corrupto. Ya no sentía ninguna culpa por haberle utilizado en el juicio. De todas formas, él tenia sus planes hechos, y estaban saliendo bien... quizás fue eso lo que impidió que sonriera en esa escena.
Se fijó en el monitor. Hace unos instantes, Kuroyanagi estaba solo en la cámara de gas, sentado y maniatado, y se le veía desesperado, gritando. Y de repente se calló. No se movió más. Justo en el momento en que iban a liberar el VX, se percataron de que ya estaba inconsciente. Para el sistema penal japonés, el escarmiento es la finalidad de la pena. Es como si no tuviera "chiste" la "eliminación" de la persona por ser un mal para la sociedad. Lo importante es que consiga un arrepentimiento en los últimos momentos que le quedan de vida, a raíz del sufrimiento y la agonía que experimenta en base a la legalidad de su punibilidad. Al menos, esa era la firme convicción de Mikami, quien ahora si sonreía viendo como los administrativos del penal de Abashiri constataban que Kuroyanagi había fallecido. Sus ojos brillaron cuando reconoció los movimientos de sus labios. Decían "ha sido Kira". Nada de esto le sorprendía. El ya sabía de antemano que pasaría, lo estaba disfrutando en la soledad del despacho. No había ningún shinigami con él. Mikami apagó el monitor y se dispuso a salir del despacho a comunicar el deceso de su 'colega'. El escándalo que se armaría en la Auxiliatura la Sala Penal de Hokkaido sería un evento inolvidable.
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El deceso de Hamomo y de siete altos magistrados de las Cortes de Distrito en los cuatro archipiélagos trece minutos antes de medio día marcaría el tema de conversación y sería el escándalo más redituable de la prensa. Pero lo que marcaría la actividad de los principales foros de discusión japoneses sería más bien la muerte por infarto de 93 criminales, entre ellos Kuroyanagi. La información se había filtrado entre los funcionarios de las cárceles y correccionales de todo el país. El sindicato estaba alerta y pasaba sendos comunicados mediante e-mails. La secretaria del pabellón de "Avanzada Edad" distribuía las impresiones a todos sus compañeros. No lo hacía con mucho agrado, pero cuando la palabra "Kira" figuraba en los textos, se volvía curiosamente diligente y se interesaba más.
Desde que Sayu Yagami había ingresado a la prisión de Abashiri, se había convertido en una funcionaria de primer nivel, debido a sus aptitudes para el manejo de situaciones de urgencia en el área geriátrica. Los últimos incidentes habían abierto de nuevo una profunda cicatriz en su mente, una que hasta hace poco se había decidido a cerrar por sí misma. Los ancianos se mostraban muy dóciles, ella les veía como niños pequeños... les cuidaba y creía que sus almas alcanzarían el cielo por que cada día que pasaba, sentía que la nobleza de esos corazones crecía más, por el arrepentimiento. ¡Y no podía creer que los historiales y antecedentes tuvieran que ver con ellos! Así que nunca se encariñó con ninguno en especial. Asesinatos, violaciones, peculado... Ella se preguntaba cuantos de ellos serían inocentes, y cuantos habrían sido la encarnación del demonio. Mientras sus dudas sobre la noción correcta de justicia trataban de hacerle dubitar sobre sus propios actos, la ascendieron en niveles. El puesto de secretaria la mantenía más ocupada para alejarse de sus sentimientos. Vestía de luto, aún así, siempre mostraba su impasible sonrisa a quien necesite verla. La fingía, pero había aprendido a mantenerla para hacer más pasajera su estadía.
La última vez que la fingió, todos en ese pabellón la recuerdan. Hace dos meses, todos los pacientes – reclusos murieron. Todos en absoluto. Victimas del infarto, Sayu solo pudo contemplar el oscuro silencio de la sala. Lloraba riendo... lloraba porque les tenia un cariño especial a todos. Sonreía porque pensaba que sus almas habían sido purificadas. Quizás ese haya sido el motivo detrás de su designación como secretaria.
Esa mañana de domingo ella se despertó llorando. Recordó en sueños. Se sentó sobre el futón y se abrazó las rodillas dejando que su largo pelo oscuro las caliente ¡y no pudo evitar temblar!
– "¿Qué me está pasando?"
Sayu pasó tres años de su vida cuidando a su madre. La artritis reumatoide y la depresión en la que ingreso Sachiko acortaron su existencia. El delirio que tenía por ver de nuevo a su marido y a su hijo le generó un complejo de culpa y un tremendo odio hacia la institución policial. Su fisiología se vio alterada, fue presa de la diabetes y poco a poco fue perdiendo la movilidad de sus piernas. Guardaba cama todo el tiempo y su hija se vio forzada a dejar la universidad para dedicarse a cuidarle. Ella solo sentía el sufrimiento y el pesar de su madre y lo fusionaba con el suyo propio. Por alguna razón que ella no terminaba de explicarse, odiaba a los hombres con todas sus fuerzas. Sentía miedo de lo que una vez sintió cuando fue capturada. Sentía y no quería expresarlo. Sentía, pero la razón de esos sentimientos hace años que había desaparecido en la clandestinidad de la incertidumbre.
A pesar de eso, en todo ese tiempo, Matsuda siempre las visitaba. La ira de Sachiko había acentuado mucho más, por lo que se convertía instantáneamente en indiferencia, y Sayu deseaba que él se fuera y que no permaneciera tanto tiempo con ellas. De todos modos, eso nunca sucedía. Matsuda tenía sus razones para sentir que tenía que hacerse cargo de las dos mujeres. En especial de Sayu. Su carga era demasiada para dejarla sola. Pero Sayu fue muy clara cuando Matsuda se arriesgó a pedirles que le dejen quedarse en su casa.
- "Créeme, siempre supe que sentías algo muy especial por mí. Te lo agradezco, no sabes... es muy bueno tener como amigo al preferido de mi padre, al amigo de mi hermano. Siempre nos traías las noticias más agradables y tratabas de divertirnos. Pero tú sabes lo que sucedió. No me siento capaz de sentir algo así por tí, te aprecio mucho, pero que convivas cono nosotros es algo que no quiero que pase. Las cosas en esta casa no son como crees que son..."
- "Entiendo eso, y sí, te quiero bastante, yo... Sayu, sé que atraviesas duros momentos, así que no insistiré más con eso. Pero siempre te ayudaré y contarás con mi ayuda todo el tiempo. Eso es incondicional." – Matsuda giró la cabeza y tratando de contener el llanto murmuraba – "Te lo debo".
A la muerte de Sachiko dos otoños atrás, Sayu quedó desolada y recurrió a él. No sabía porque, si era lo que quería hacer, pero quería ocuparse en algo. Matsuda le comentó de Abashiri ya que tenía un particular interés en mantenerla ahí. Era parte de la jurisdicción que el subdirector Aizawa le había asignado recientemente y era también una forma de ocasionar la oportunidad que tanto había estado anhelando. Pero nunca sucedió.
Nada había pasado, hasta ahora.
Toda la tarde Sayu se había encontrado sumida en pensamientos extraños sobre las extrañas circunstancias de la muerte de Soichiro y Light. Su madre estaba convencida de que las cosas no cuadraban y de que habían cosas que no les querían decir. Esa impresión se le empezó a impregnar y sus pensamientos le llevaron a la posibilidad de que su padre o su hermano, o ambos incluso hayan sido Kira en realidad.
Cuando se percató de que no podía cerrar los ojos y que estaba cansada, se dio cuenta de que se encontraba recostada y que amanecía un nuevo día. Un día vacío. Solo tenía que cumplir con su rutina. Y estaba dispuesta a ello. Al llegar, llegó con su extraña sonrisa y actuó como creía venir haciéndolo hasta ahora.
Las horas pasaban, y prender el radio para escuchar las novedades sobre la muerte de tanta gente la dejaron más perturbada todavía. Al momento en que se enteró de que los nuevos cinco pacientes habían fallecido de un infarto, Sayu se dio cuenta de que el día traía un aura rojizo. Estaba fuera de sí misma, pero no podía demostrarlo. Quince minutos después, el parte noticioso de la NHK comunicaba el fallecimiento del Subdirector Aizawa y de todo el personal de la regencia de Shibuya. No oyó el nombre de Matsuda y lo único que le produjo fue un extraño presentimiento. Apagó el radio.
La alarma de un nuevo e-mail la distrajo de sus tristes pensamientos. Revisó el correo electrónico del pabellón pero no se trataba de un nuevo anuncio del sindicato. Era un correo anónimo.
Un olor a sangre fue lo único que pudo percibir tras leer ese mensaje. Cayó de rodillas.
- ¡Señorita, señorita, un detective de la policía desea hablar con usted, dice que es urgente y se le nota muy histérico! – le gritó desde la puerta el mensajero del penal.
Demasiadas cosas estaban por pasar ese día.
Y tres horas después del medio día.