La humanidad a veces sueña con un mundo que funcione sin dinero, porque a este le achacan ser la fuente de todos los males. Lo señalan como el causante que los políticos vendan sus principios a cambio de una comisión, un árbitro le regale el partido al peor equipo o que los clásicos de la música se conviertan en jingles de gaseosas. Por ello, aseguran que sin dinero este sería un mejor planeta.

Pero, ¿cómo sería ese idílico mundo que no estaría bajo la influencia de moneda alguna? ¿Estados Unidos dejaría de buscar imponer su democracia en países petroleros que tienen ejércitos débiles? ¿Fidel Castro seguiría siendo amigo de Hugo Chávez? ¿Los padres dejarían de quejarse con la frase 'el dinero no crece en los árboles'? ¿Se le quitaría el calificativo de chic a los Hippie Chics? ¿Los divorcios se resolverían más rápido porque sólo habría hijos para repartir? ¿Sarkozy nunca se hubiera casado con Carla Bruni?

Todas las anteriores preguntas, reciben un inmenso NO como respuesta. Creer que la ausencia del dinero acabaría con todo rastro de maldad, es igual a pensar que el chisme dejaría de existir si se acaba Facebook o que el whiskey dejaría de tomarse si no se venden vasos. En otras palabras, en el idílico mundo sin dinero, el sistema se readaptaría a la utilización de otro objeto, de la misma forma como los presos le dan valor monetario a los cigarrillos, porque no erradica el verdadero germen: la Sed de Poder.


La Sed de Poder es una enfermedad cuyas primeras manifestaciones ocurren cuando un bebé llora sin hambre o sin dolor, porque sólo busca ser cargado en los brazos de la mamá; en la cuna, llora; en los brazos, sonríe... maquiavélicamente. Luego, cuando crece unos cuantos años, ejerce su tiranía asegurando que su cuarto está siempre desordenado porque así encuentra más rápido las cosas. En la etapa de la adolescencia, hace valer su independencia vistiéndose y peinándose de la manera opuesta a la aconsejada por sus padres, pero igual a sus ídolos de la tele.

Hasta que por fin le llega su punto de quiebre en la edad adulta. Por fin arriba a ese poderoso mundo de los adultos, donde dejará de pedir mesada y recibirá salario. Por fin podrá destruir sus neuronas con una cerveza de manera legal. Por fin entrará a una discoteca sin una identificación falsa. Por fin disfrutará de los viernes sin el toque de queda de la Cenicienta. Por fin tiene abiertas las puertas del planeta entero para ir tras sus sueños... Y es en ese preciso momento cuando la Sed de Poder hace metástasis en el cerebro humano.

La atrofia en las conexiones neuronales le hace ver que el mundo está a sus pies, cuando en realidad él está en los pies del mundo. En otras palabras, exige salario de presidente, pero le dan el de asistente; demanda el número 1 del arquero titular, pero le dan el 22 como suplente del suplente; incluso quiere ser la estrella de la película, pero sólo aparece como uno de los transeúntes de la calle donde se estaciona el auto del protagonista.

La ausencia de una fama sin obstáculos frustra al enfermo y, por supuesto, le aumenta la Sed de Poder. Por ello, al poco tiempo se inscribe en un reality show buscando ser el más intrigante y conflictivo, porque es el que los espectadores más recuerdan; filtra en Internet un video porno casero, ojalá después de haber promovido la abstinencia sexual; escribe un libro si tiene un pasado oscuro para revelar; y/o lucha por ser la pareja estable -o inestable- de aquel que no tenga Sed de Poder, porque ya tiene poder.

Al redondear esta reflexión, nos encontramos con los dueños de la embotelladora del poder, regalándole pequeños sorbos a los sedientos, pero nunca la botella completa; por el mismo motivo que la medicina sabe que la buena salud tiene sentido, pero no es buen negocio. Ansiar lo que no se tiene, vende; y cuando se tiene, la publicidad te convencerá que ya es obsoleto. Esa ambición por lo inalcanzable, y no el dinero, es lo que hace girar al mundo humano.

Hasta una próxima verdad humanamente irracional, Amigos de lo Salvaje.


Lucano Divina
Comandante en Jefe de Amigos de lo Salvaje-EA
Selvas de Sur América, septiembre 1 de 2011


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